Matisse: piedra, papel y tijera

«Dibujar con tijeras. Recortar desgarrando los colores me recuerda la talla directa de los escultores. Este libro [Jazz] ha sido concebido en ese espíritu.»
Henri Matisse

Cuando uno se propone conocer más a fondo algún artista o período creativo en particular, es frecuente verse atrapado por estereotipos históricamente aceptados y dar por buenas e irrefutables las tesis que otros han formulado. Son los lugares comunes de los que nadie escapa –ni siquiera los propios museos– para el estudio y la presentación de los artistas. En ese afán simplificador, se tiende a constreñir el trabajo del artista en compartimentos estancos y a analizar sus creaciones como meros accidentes aislados, ajenos a la contaminación de otras corrientes o a determinados aspectos de su biografía. Así, lo «comercial» es mostrar a Matisse como el maestro del color y el arabesco, de la pintura lírica y decorativa, el fundador de la vanguardia amable y la alegría de vivir. Bla, bla, bla. Sigue leyendo

“Henri Matisse. Jazz” en siete claves

1. “Jazz” es uno de los libros de artista más bellos del siglo XX. Una obra que refleja la importancia concedida por Matisse al color como nexo de unión entre lo icónico y lo abstracto.

2. Las imágenes de “Jazz”, de trazo sencillo y sintético, consiguen introducir al espectador en composiciones improvisadas y espontáneas. Forma y, sobre todo, color imprimen cadencia y ritmo.

3. “Jazz” cuenta con veinte ilustraciones que fueron realizadas a partir de originales de Matisse trabajados con papeles pintados con gouache. Para su ejecución, el pintor francés cambió los pinceles por las tijeras. Sigue leyendo

Siete razones para visitar “La furia del color. Francisco Iturrino (1864-1924)”

1. Francisco Iturrino protagoniza la renovación de la pintura española de finales del siglo XIX y principios del XX, entonces dominada por el academicismo conservador.

2. La exposición muestra tres aspectos fundamentales de su obra: los años de formación y la influencia de la bohemia parisina, la predilección por el color exaltado tomado del fauvismo y la pintura de madurez protagonizada por el jardín y la mujer.

3. Es un recorrido inédito que permite ver las obras de Iturrino en diálogo con las de otros doce artistas de su tiempo. Están presentes Matisse, Vlaminck, Derain, Ortiz de Zárate, Zuloaga, Anglada-Camarasa, Regoyos, Nonell, Juan de Echevarría, Ismael Smith, Vázquez Díaz y Fernando de Amárica. Sigue leyendo

Heterodoxia

«La fría exactitud no es el arte»
Delacroix

La trayectoria vital y artística de Francisco Iturrino parece estar marcada desde sus inicios por una extraña irradiación espiritual determinista, una especie de aura de disensión que le impulsa a proceder a contrapelo. Siempre en movimiento, nunca complaciente, siempre distinto y casi nunca comprendido. Y es que la libertad, en grado superlativo, y aplicada a la creación artística, muchas veces deviene en malditismo o proscripción. Actuar como un heterodoxo, salir de la zona de confort o del redil, tiene sus riesgos.

En el mismo momento en que nace Iturrino, a más de 1.000 km de distancia, en París, Édouard Manet conoce a la que será su modelo predilecta, Victorine Meurent. Comienza entonces el período más fructífero de la pintura de Manet, con cuadros en los que la modelo (y también pintora; https://fr.m.wikipedia.org/wiki/Fichier:Le_jour_des_rameaux.jpg) aparece disfrazada «a la española» y con los que trata de imponer su talento en el ámbito de la oficialidad artística. Autor de una pintura que subvierte las normas establecidas, presenta al Salón en 1863 varias de las obras de temática española y la que convertirá en epítome del escándalo esa edición: Déjeuner sur l’herbe, por muchos considerada la primera pintura verdaderamente moderna. Ese año, ante la ingente cantidad de obras rechazadas por el jurado del Salón (más de la mitad) y para evitar disturbios, Napoleón III decide crear un Salón de los Rechazados (refusés) junto al Oficial.

Édouard Manet, Déjeuner sur l’herbe, 1863. Musée de Orsay, París

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La otra orilla

Como una «bandada de aves migratorias» (en palabras del crítico Louis Vauxcelles), los pintores parisinos comenzaron a volar a la costa francesa del Mediterráneo en los años finales del siglo XIX y los primeros de la siguiente centuria. Localidades como Colliure, Saint-Tropez o Niza serán su refugio estacional frente a los duros inviernos, el competitivo medio artístico y la agitada vida urbana de la capital. Los pequeños pueblos pesqueros de la costa les proporcionaron tiempo para reflexionar sobre su arte, compartir impresiones en las efímeras colonias que formaron en estos lugares, para navegar, pasear y, sobre todo, para pintar a pleno sol, bajo la intensa luz mediterránea. Sigue leyendo

Postales desde el paraíso: Bonnard recluido en un «encantador palomar»

El tópico matissiano de la «alegría de vivir» en la pintura de la primera mitad del siglo XX tiene su génesis en la Costa Azul francesa. Y al margen de la obra que Matisse produce en Niza, históricamente se ha considerado la realizada por Pierre Bonnard en Le Cannet desde finales de los años 20 como singular y principal referente estético de aquella rutilante Arcadia reinventada. A saber, una pintura modesta en su intención, lírica y ornamental, de exaltación gozosa del color y la luz y que denota una unión perfecta entre hombre y naturaleza. Sigue leyendo

Postales desde el paraíso: Maillol «el griego»

Visto con cierta distancia, no resulta muy disparatado afirmar que conocer al conde Harry Kessler es el episodio más determinante en el éxito artístico de Aristide Maillol. El encuentro con el que será su mecenas, narrado por Kessler en su diario, tiene lugar en agosto de 1904. Acude el noble alemán –definido por el poeta W.H. Auden como «el hombre más cosmopolita que he conocido nunca»– al estudio del escultor en Marly-le-Roi, a las afueras de París, donde se encuentra con «un campesino con los cabellos sin cortar desde hacía tiempo» que apenas se interesa por conocer el nombre de su interlocutor y que se presenta a sí mismo como Maillol, a secas. Sin embargo, enseguida congenian y fluye la conversación. Kessler se entusiasma con un boceto, una figura femenina agachada, que le llama la atención por el arabesco de las líneas y su concisa síntesis, y le anima a realizar esa escultura –la célebre Mediterráneo– a tamaño natural. Hablan también de la posibilidad de ilustrar las Bucólicas de Virgilio para un proyecto editorial que tiene en mente. Sigue leyendo

Viajar desde el sofá (o el museo)

Viajar desde un butacón de nuestro salón no es un placer moderno que le debamos a la invención de los canales temáticos de televisión. En realidad, los antecedentes de esta gozosa práctica del turismo mental se remontan a la antigüedad, en la que podemos citar como ejemplo la celebérrima Descripción de Grecia de Pausanias, del siglo II de nuestra era, que se ha venido considerando la primera guía de viajes de la historia, en la que su autor acumula noticias de monumentos, datos históricos, descripciones, leyendas y anécdotas que convierten las páginas de su periplo en una experiencia extraordinaria, incluso para un lector contemporáneo. Sigue leyendo

Postales desde el paraíso: Joaquim Mir se asoma al abismo

A finales del siglo XIX, los pintores más jóvenes de Barcelona se pasan el día recorriendo los suburbios buscando temas modernos para sus lienzos, porque anteriormente la sordidez allí no la había representado nadie en todo su esplendor. En los bajos fondos de la ciudad, la otra Barcelona, coinciden Opisso, Casagemas, Picasso y la troupe de la Colla del Safrà (grupo del azafrán), denominación que alude a las tonalidades amarillo cadmio de sus creaciones: Mir, Nonell, Canals, Pichot o Vallmitjana, que se conocen de la Escuela de Bellas Artes de Barcelona (La Llotja). Por la noche alternan todos ellos con sus hermanos mayores de la bohemia oficial en la taberna Els Quatre Gats, donde gobierna el triunvirato chic del arte modernista: Ramón Casas, Santiago Rusiñol y Miquel Utrillo.

Joaquim Mir, La catedral de los pobres, 1898. Colección Carmen Thyssen-Bornemisza en depósito gratuito en el MNAC

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Postales desde el paraíso: Von Gloeden y sus efebos sicilianos

En 1878, un rico barón alemán de 22 años, Wilhelm von Gloeden, encuentra su paraíso particular en la cálida y muy mediterránea Sicilia. Procedente de un sanatorio del Báltico donde trata de curase la tuberculosis, y animado por Otto Geleng, un pintor de paisajes amigo de la familia afincado en Taormina, en la que ejerce como alcalde, Von Gloeden se topa allí con una experiencia estética radical, «un universo adecuado para mí y que podría llegar a ser completamente mío […] una “Acrópolis de la belleza”».

El joven, que ha cursado estudios de historia del arte y pintura en Berlín y Weimar, y que se siente atraído por las civilizaciones antiguas, descubre su verdadera vocación artística en el campo de la fotografía. Disciplina con la que se familiariza junto a Giuseppe Bruno, un fotógrafo local especializado en paisajes y monumentos, y en Nápoles con su primo Wilhelm Plüschow, avezado autor de un tipo de fotografía que tiene en el desnudo de adolescentes su principal motivo (tendrá que abandonar Italia para siempre a principios del XX acusado de corrupción de menores y ultraje a la moral pública).

Wilhelm von Gloeden disfrazado de árabe, c. 1890

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