Postales desde el paraíso: Von Gloeden y sus efebos sicilianos

En 1878, un rico barón alemán de 22 años, Wilhelm von Gloeden, encuentra su paraíso particular en la cálida y muy mediterránea Sicilia. Procedente de un sanatorio del Báltico donde trata de curase la tuberculosis, y animado por Otto Geleng, un pintor de paisajes amigo de la familia afincado en Taormina, en la que ejerce como alcalde, Von Gloeden se topa allí con una experiencia estética radical, «un universo adecuado para mí y que podría llegar a ser completamente mío […] una “Acrópolis de la belleza”».

El joven, que ha cursado estudios de historia del arte y pintura en Berlín y Weimar, y que se siente atraído por las civilizaciones antiguas, descubre su verdadera vocación artística en el campo de la fotografía. Disciplina con la que se familiariza junto a Giuseppe Bruno, un fotógrafo local especializado en paisajes y monumentos, y en Nápoles con su primo Wilhelm Plüschow, avezado autor de un tipo de fotografía que tiene en el desnudo de adolescentes su principal motivo (tendrá que abandonar Italia para siempre a principios del XX acusado de corrupción de menores y ultraje a la moral pública).

Wilhelm von Gloeden disfrazado de árabe, c. 1890


A partir de entonces, el aristócrata fotógrafo y Taormina formarán una unidad indisoluble. Adquiere una villa frente al convento de San Domenico con un exuberante jardín y una terraza con impresionantes vistas a la bahía de Naxos y el siempre humeante Etna al fondo. El porte elegante y refinado del extranjero, su extremada cortesía y, sobre todo, su generosidad pecuniaria, calan entre los habitantes de aquel lugar tan humilde, que lo aceptan como a uno de los suyos, «Guglielmo». Tolera la comunidad las frecuentes veladas musicales y las continuas visitas de extranjeros a su casa, y existe incluso una cierta omertà en cuanto a su homosexualidad y su fijación por los jóvenes lugareños como modelos de sus fotografías, justificadas como cose da ragazzi.

Vista exterior de la casa-estudio de Von Gloeden en Taormina, c. 1900

El método de trabajo de Von Gloeden, explicado por él mismo, se ajusta a los cánones de la fotografía pictorialista imperante en aquel momento: «Nunca hago fotografías espontáneas». Se trata de instantáneas con un pretendido fin artístico, marcadas por la impostura de los modelos, la ambientación artificiosa y el alto valor de la escenografía. Pero además hay un elemento esencial en todas ellas, la luz mediterránea, ya que no sólo se trata de fotografías realizadas al aire libre, sino que incluso podríamos hablar de imágenes «insoladas», en las que llega a recurrir a un rudimentario maquillaje (una mezcla de leche, aceite y glicerina) con el que logra superficies pulimentadas y brillantes en los cuerpos de los modelos, transfigurándolos en estatuas. En el aspecto técnico, se advierte una cierta mesura en el uso de los efectos típicamente pictorialistas, como los filtros y los efectos vaporosos producidos por el tiempo de exposición. En cualquier caso, son recurrentes los encuadres verticales y contrapicados que permiten mostrar por completo a sus efebos desnudos, la obsesión temática que determina gran parte de su obra. Aunque es cierto que también pone en circulación un repertorio de fotografías menos procaces, conformado por paisajes y retratos con un halo romántico a la venta en tiendas locales para turistas y apto para todos los públicos.

Inspirado en Taormina por los restos grecorromanos, por un estilo de vida inalterado durante siglos y que conserva intacta su belleza natural, Von Gloeden se dedica a la recreación ficcional de la Antigüedad mediante una idealización estereotipada, e incluso kitsch. Una vida en la que disfruta de una libertad sexual inaudita, creando un sofisticado universo de erotismo andrógino que escapa a la censura mediante la asociación con el pasado clásico, pues la puesta en escena de sus fotografías remite a las academias (en su acepción de estudio de modelo tomado del natural). Esta fórmula alcanza un éxito brutal entre un segmento homosexual cosmopolita.

Wilhelm von Gloeden, joven tocando la flauta, c. 1900

La emancipación homoerótica que propone la fotografía de Von Gloeden está próxima, estéticamente, a la escuela poética británica de los uranian (uranistas), principales promotores de la obra de Von Gloeden en Europa. A lo largo del siglo XIX, las corrientes clasicistas trascienden el ámbito puramente artístico y penetran, durante el período victoriano, en el plano político: estableciendo una analogía entre los imperios de Gran Bretaña y de la idolatrada Roma. En el industrial y puritano norte de Europa se extiende un enaltecimiento del modo de vida mediterránea, como si se tratase de una cápsula del tiempo que contiene los valores puros de la Edad de oro, sentándose así las bases de un turismo ávido de aquella inocencia.

Y con el pretexto clasicista, que incluye ruinas, togas, ánforas o coronas de laurel, y a salvo de la reprobación moral, Von Gloeden construye una iconografía singular y provocadora. Crea cientos de composiciones con desnudos de adolescentes; pescadores, labriegos y pastores que aparecen disfrazados de personajes de la Arcadia griega. Recluido en su pequeño oasis e inspirado por el Mediterráneo clásico, inunda el mercado internacional de exóticos efebos sicilianos en formato postal. Y quizá convenga incluir aquí el matiz etnográfico, pues al margen de sus cualidades estéticas, las fotografías muestran una diferencia racial, cultural y de clase que justifica su procacidad y que atempera su condición depravada para el consumo masivo en el primer mundo. Ya que, según la mirada colonialista vigente en el momento en que Von Gloeden realiza las fotografías, y que quizá permanezca hoy, el exotismo representa una otredad salvaje y, como tal, es preferible que se muestre desnuda.

Wilhelm von Gloeden, Caín, c. 1910

Hippolyte Flandrin, Jeune homme nu assis au bord de la mer, 1836

Desde finales del XIX, momento en que Von Gloeden se instala en Taormina, ésta se pone de moda entre la aristocracia europea, y especialmente la británica, como un destino alternativo (y más permisivo) del Grand Tour. Es la Belle Époque de Taormina, en la que brotan, para absorber el incipiente turismo, una gran cantidad de encantadores hoteles, como el Timeo, el convento de San Domenico (reconvertido en hotel), el Victoria, el Villa Diodoro o el Castello a mare, y se construyen pintorescas villas –típicamente mediterráneas– para los extranjeros pudientes, como la Casa Cuseni del pintor y coleccionista británico Robert Kitson. La costa se llena de yates de zares, reyes y príncipes. En sólo veinte años, el modesto pueblo de pescadores y pastores se transforma en un resort de lujo, donde coinciden el káiser Guillermo II, el zar Nicolás II, Víctor Manuel de Saboya-Aosta o María Amelia de Braganza.

Wilhelm von Gloeden, jóvenes desnudos en la terraza, 1896

A este florecimiento contribuye la figura del barón fotógrafo, anfitrión de ilustres visitantes y devotos admiradores, como Oscar Wilde, el rey Eduardo VII de Inglaterra, André Gide, Richard Strauss, Graham Bell, Anatole France, Kipling o Gabriele d’Annunzio. El reconocimiento artístico de Von Gloeden –en 1893 logra una medalla de oro por la prestigiosa Photographic Society of London– es mucho menor que su legendario atractivo como pionero fotógrafo del paraíso. Leyenda que contribuye a crear su primer hagiógrafo, Roger Peyrefitte, autor en 1949 del libro Les amours singulières (amores singulares). Luego vendría la veneración por parte de un exquisito grupúsculo de aquella visión apolínea teatralizada que preconizaba Von Gloeden en sus fotografías. Una Arcadia reinventada en comunión con la naturaleza, homoerótica y tremendamente audaz. Y todavía hoy se venden sus postales en Taormina. Así que pasen otros 140 años.

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