Visto con cierta distancia, no resulta muy disparatado afirmar que conocer al conde Harry Kessler es el episodio más determinante en el éxito artístico de Aristide Maillol. El encuentro con el que será su mecenas, narrado por Kessler en su diario, tiene lugar en agosto de 1904. Acude el noble alemán –definido por el poeta W.H. Auden como «el hombre más cosmopolita que he conocido nunca»– al estudio del escultor en Marly-le-Roi, a las afueras de París, donde se encuentra con «un campesino con los cabellos sin cortar desde hacía tiempo» que apenas se interesa por conocer el nombre de su interlocutor y que se presenta a sí mismo como Maillol, a secas. Sin embargo, enseguida congenian y fluye la conversación. Kessler se entusiasma con un boceto, una figura femenina agachada, que le llama la atención por el arabesco de las líneas y su concisa síntesis, y le anima a realizar esa escultura –la célebre Mediterráneo– a tamaño natural. Hablan también de la posibilidad de ilustrar las Bucólicas de Virgilio para un proyecto editorial que tiene en mente.
En aquel momento, Maillol es un artista que empieza a ser conocido. De origen humilde y catalán, nace en la comarca del Rosellón, en Banyuls-sur-Mer, junto a la frontera española. Inicia en París su carrera como pintor –muy influenciado por los nabis y Gauguin–, pero pronto se interesa más por las artes decorativas y, sobre todo, por una escultura de figurillas que evoca la estatuaria griega arcaica, cuya perfección formal impresiona a Rodin en la exposición de la galería Vollard de 1902. Por su parte, el aristócrata Harry Kessler es un refinado e ilustrado diletante. Heredero de una inmensa fortuna tras la muerte de su padre, un banquero alemán afincado en París, dedica gran parte de su patrimonio al coleccionismo artístico y a viajar por el mundo. Conocemos al detalle su biografía gracias a los apasionantes diarios que escribe durante 60 años de su vida, y que sirven para trazar el mapa cultural europeo del siglo XX entre París, Berlín, Weimar y Londres, a través de sus relaciones personales con, entre otros, Nietzsche, Henry van de Velde, Richard Strauss, Rodin, Cocteau, Nabokov, Thomas Mann, Diágilev o Einstein.
Pasado un mes del primer encuentro, Kessler invita a Maillol a un viaje a Londres, fundamentalmente para que éste pueda conocer de primera mano los tesoros escultóricos del Museo Británico. Impresionado por lo que allí descubre, Maillol se obstina en depurar su propio estilo «griego», investigación que se materializa en la obra Mediterráneo, a la que en principio se refiere como «Estatua para un parque tranquilo». Una escultura monumental (no sólo por sus dimensiones), basada en formas geométricas (triángulos ensamblados), meditabunda, serena y sólida, una mujer cuyo grosor de tobillos y muñecas incomodan al atildado Kessler. Aun así, Mediterráneo es un ejemplo emblemático del mediterraneísmo y marca un punto de inflexión en la escultura entre los siglos XIX y XX, inspirando a grandes artistas, como Picasso, Matisse o Brancusi. La versión en yeso –luego realizaría modelos gemelos en piedra y bronce– se exhibe triunfal en el Salon d’Automne de 1905 con el aséptico título de Mujer, el mismo certamen en que se presenta públicamente el fauvismo, donde la silente estatua de Maillol figura como un pálido Donatello rodeado por la estridencia fauve. Curiosamente, a Maillol y Kessler la propuesta que les resulta verdaderamente radical en el salón es la Cézanne, del que se exponen más de 30 cuadros.
Maillol y Kessler, ya inseparables, pese a ser tan distintos, deciden que es necesario que Aristide, el recién nacionalizado griego –en sentido artístico o figurado, pero con un nombre adecuado para ello–, conozca su nueva patria. El viaje al país heleno, durante tanto tiempo planeado, se produce por fin en 1908. A los dos amigos les acompaña el escritor vienés Hugo von Hofmannsthal –que con aquella breve experiencia dará forma a un interesante relato, Instantes griegos–. Durante el viaje, Maillol está exultante y anota en su diario: «Este barco me parece un sueño, además, parezco soñar, veo tantas cosas que Veo por primera vez». De camino a Grecia, hacen parada en Sicilia –con la pertinente visita en Taormina al fotógrafo Von Gloeden–. Ya en Grecia, ante la estatuaria griega del Partenón, Delfos y Olimpia, Maillol confirma, obnubilado, su idea de una nueva escultura mediterránea, divina, grandiosa, saludable y concebida para atrapar la luz, en cierto modo, contrapuesta a la sombría de Rodin, el escultor más influyente del momento.
Aparte de la verificación in situ del programa escultórico de Maillol, durante el viaje se aborda el plan definitivo para la edición ilustrada de las Bucólicas virgilianas. Planteada en su primer encuentro en el estudio del escultor y en el posterior viaje a Londres, donde Kessler anota en su diario que «[a Maillol] le gustaría un libro que sea más bien pequeño, compacto, sin grandes márgenes, en el que la página debe aparecer luminosa y sólida como un bajorrelieve griego». En Grecia retoman en firme el proyecto editorial. El conde Kessler quiere producir una edición de lujo, el libro más bello de su época, una exquisitez a la altura del texto latino de Virgilio. Para empezar, aparte de las xilografías de inspiración arcádica que acuerda con Maillol, encarga la traducción al francés al poeta Marc Lafargue. En 1911 la traducción ya está lista.
Maillol, un artista siempre exigente con los materiales y los acabados de sus obras, no encuentra en el mercado ningún papel adecuado para el proyecto editorial. Insatisfecho con los papeles de celulosa clorados que amarillean y se degradan con el tiempo, convence a su amigo para que financie la fabricación artesanal del papel, a cargo de su sobrino Gaspard, en un pequeño estudio en la carretera entre Marly-le-Roi y Montval –el conocido papel Montval, aún hoy en el mercado–. A partir de sábanas de lino y telas de cáñamo, los Maillol logran un papel de un blanco y una textura excepcionales. Kessler, impresionado, anota en su diario: «Este papel es realmente más consistente, más suave y más firme que cualquier otro papel hecho hoy en Europa. Es como una pared, pero sin dureza». Más tarde, con el libro ya impreso, Maillol afirmará que no trataba tanto de ilustrar la obra Virgilo, sino su propio papel. Una boutade contundente.
En la primavera de 1912 Maillol trabaja en los primeros grabados del libro. Un año más tarde, Kessler abre su imprenta en Weimar, con el nombre de Cranach-Presse. Inspirado por el florecimiento de las imprentas privadas inglesas, pretende alcanzar la excelencia empleando para sus ediciones a los principales artistas y artesanos del ámbito internacional. Pero llega entonces la Primera Guerra Mundial y el proyecto debe interrumpirse.
Durante el conflicto, Kessler forma parte del alto mando del ejército alemán, mientras en Francia Maillol es acusado de traidor (artista boche), el estudio donde fabrica papel es incendiado y apenas recibe apoyo para producir o difundir su obra. Una finalizada la guerra, Kessler participa activamente en la política germana, y es conocido allí como el «conde rojo». Pero su verdadera pasión sigue siendo el arte y la cultura, de modo que en 1922 los viejos amigos deciden reanudar el ambicioso proyecto editorial. Kessler pone a punto en Weimar la maquinaria de su Cranach-Presse y Maillol se centra en realizar las xilografías para ilustrar el libro; grabados de temática arcaica y gran plasticidad –dominados por la simplicidad lineal y un estilo armónico propio de la estatuaria griega– para los que se inspira en personajes, escenas y entornos naturales de la mediterránea Banyuls, su Arcadia.
Kessler hace todo lo que está en su mano para que la edición sea espléndida, a la manera de las obras producidas por su admirada imprenta londinense, Doves Press, que trabaja con un gusto por el diseño afín a los postulados del movimiento Arts & Crafts de William Morris. Para su edición, el conde decide que sea uno de los fundadores de Doves, el impresor Emery Walker, quien se haga cargo de la dirección técnica. Para el cuerpo de texto se usará una tipografía creada por Edward Prince –basada en los tipos renacentistas venecianos utilizados por Nicolas Jenson en la década de 1470– y la portada e iniciales recaerán en el brillante tipógrafo y escultor británico Eric Gill.
El resultado es deslumbrante. Para la versión francesa de las églogas virgilianas (hay otra inglesa y alemana) se imprimen 250 copias numeradas en el papel fabricado a mano por Gaspard Maillol, ilustrado con 43 xilografías originales de Aristide y el diseño a cuenta de dos de los más importantes tipógrafos ingleses. Los mayores estándares de calidad –cuidado en los contenidos y en la presentación (tipografía, impresión, papel, encuadernación)– al servicio de una joya para bibliófilos, concebida por dos novatos: un rico alemán metido a editor (y publisher) y un escultor (medio griego) como ilustrador. Un tándem artístico irrepetible.
Magnífico texto sobre un artista extraordinario.