Volver

Canta el viejo tango que volver es un estado del alma, una emoción, y aunque relata con melancolía el regreso, la poesía de Alfredo Le Pera y Carlos Gardel proyecta firme el ánimo y es que en el tango, entre la melancolía del acordeón y la metáfora, la vida aparece como el resultado de una verdadera filosofía de la existencia.

La cultura popular es un camino de ida y vuelta y tiene la sabiduría del sedimento acumulado con el tiempo. Como un alambique ha depurado y digerido los aspectos de la creación sofisticada. El museo es un lugar que une estos dos mundos. El encuentro de la sociedad y lo popular frente a obras realizadas por una élite capaz de realizar objetos que, por lo general, están fuera del común humano. Contribuye al desarrollo de la vida de los ciudadanos porque enseña un camino de excelencia y superación. En la evolución moderna de estas instituciones hacia lo participativo existe un compromiso de diálogo con las sociedades que lo albergan, desde la colaboración con grupos en riesgo de exclusión al intercambio de valores y conocimiento, junto al más tradicional del cuidado y difusión del patrimonio que recuerda nuestras raíces, y posibilita, por tanto, el aprendizaje y la apreciación del futuro con un bagaje mayor de información y seguridad. Conociendo el pasado hay más posibilidades de proyectar el mañana.

En estos días, entre paréntesis, hemos comprendido que algunas de nuestras necesidades eran superfluas, y que nuestras vidas anteriores, a pesar de su monotonía e imperfección tenían puntos de luz que el recuerdo potenció dibujándolas aún más radiantes. Hemos reforzado una jerarquía de valores preexistentes, con la salud y el afecto en lugares prioritarios, y junto a ellos la cultura ha sido demandada y consumida de forma abundante, incluso con voracidad. La presencia en nuestras vidas de música, cine o arte ha sido cotidiana. Al mismo tiempo hemos valorado cómo estas entregas forman parte del aprendizaje de vivir y dignifican nuestras vidas.

Lugares de encuentro y conocimiento social, los museos mostraron estos días, con desamparo, sus salas, galerías y pasillos vacíos. Pensados para recibir espectadores quedaron mudos y ausentes de su piel habitual. Las instituciones culturales han hecho un gran esfuerzo, con generosidad, por amparar a la sociedad desde las redes con propuestas diversas. Pero esta situación nos ha privado de otros sentidos necesarios para el deleite y el conocimiento. Es insustituible la experiencia única que produce disfrutar de objetos que nos conmueven también en su fisicidad, en su ambiente y su espacio, sentir el aura que desprenden, como ya comentara Walter Benjamin. El arte es emoción y sensibilidad, una experiencia única que se vive frente a la obra creada por otro ser humano para agitar, inquietar y trascender su tiempo.

Ahora que las circunstancias nos han convertido en una masa social impersonalizada es necesario volver a lugares donde se valora la diferencia y la singularidad, donde el pensamiento y la reflexión afloran desde la sensibilidad y la imaginación de un autor para llegar hasta público. Los museos posibilitan el encuentro y la estancia en espacios que contribuyen a la percepción. Además, aportan el bien intangible de la contemplación de la belleza.

Como reflejo de la sociedad, las instituciones de la cultura también se mueven en la incertidumbre de estos días. Son tiempos de flexibilidad, de asistencia a un bien común, pero los museos han de convivir con una paradoja bien profunda, son garantes del intercambio de pensamiento y diálogo y deben buscar la manera de sacar adelante presupuestos que les permitan llevar a cabo proyectos que defiendan su dimensión social.

Regresar a nuestras vidas y a nuestras emociones pasa por disfrutar de todos aquellos objetos o situaciones que nos conmueven y nos enriquecen. Cada museo ofrece una experiencia distinta y desde sus respectivas propuestas educativas contribuirán a reflexionar y asentar el aprendizaje de estos días.

A pesar de las dificultades, hay un mismo deseo que nos convoca, regresar para continuar con nuestra vocación. Volver con afán, con numerosas propuestas que alimenten los sentidos y la imaginación. Volver, por fortuna, hemos vuelto, pero sin la frente marchita y con una esperanza humilde, como cantaba, aterciopelada y evocadora, la voz mítica de Gardel.

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