[Texto publicado en el catálogo de la exposición Modernidad latente. Vanguardistas y renovadores en la figuración española (1920-1970). Colección Telefónica, editado por el Museo Carmen Thyssen Málaga en 2024]
Un texto del falangista Eugenio Montes aparece sobreimpresionado al comienzo de la película Surcos (1951), de Nieves Conde: «Estos campesinos que han perdido el campo y no han ganado la muy difícil civilización, son árboles sin raíces». La vuelta al campo a la que se exhortaba durante la posguerra, y que se ajustaba al concepto de Arcadia feliz, en realidad tenía que ver con la crisis económica que padecía el país, en la que el campo supuso un respiro para atenuar la gravedad de la situación. Para Primo de Rivera, «España es casi toda campo. El campo es España». Frente a los vicios y perversiones del mundo moderno, la vida rústica se presentaba como un refugio del «espíritu nacional» y despensa de la autarquía, además permitía controlar a la población en núcleos pequeños. Aquel universo fue un pilar de la política franquista en la posguerra, en contraposición a la ciudad, presentada en los medios de comunicación, en el cine y en la literatura como un foco sombrío y desalentador.
Sigue leyendo