Las extravagancias de José Gutiérrez Solana tienen, en el anecdotario artístico español, una consideración legendaria; como esa que dice que un joven Xavier de Salas –entonces profesor, pero más tarde director del Prado– encontró rodajas de chorizo entre unos grabados de Rembrandt que el pintor le estaba enseñando en su casa. Algo de esa extrañeza irradia Coristas, el único cuadro de Solana en la colección permanente del Museo Carmen Thyssen Málaga.
Se trata de una obra de plenitud del pintor madrileño y concita casi todos los fundamentos de su producción más reconocida. Entre bambalinas, asistimos a una escena íntima en la que, tras la función en un pueblo, unas coristas se desvisten. En un solo plano abigarrado y bien definido, dispone Solana a seis figuras en un friso, encajadas en un espacio claustrofóbico, en un ejercicio voyeurista sin erotismo. Impresionan del cuadro tanto el formato, de grandes dimensiones, como su estilo, poco interesado por el detalle y mucho por la línea, la composición y la rotundidad de las formas, como si estuviese pintado de una tacada, con una crudeza que desdeña los rigores académicos de la simetría, proporción, armonía y belleza. Y la gama cromática es la típica de la pintura de Solana, una paleta parda dominante que se enriquece mediante vistosos y puntuales destellos de color (rojos, azules y verdes).
Además del característico interés de Solana por los desharrapados o las atmósferas asfixiantes, en este cuadro hay otros elementos que denotan su maestría como pintor, prueba de ello es el primoroso bodegón en el ángulo inferior derecho, e incluso como director de escena, al hacer partícipe al espectador mediante la interrelación visual con dos de sus protagonistas principales. Es, pues, una propuesta rica en matices e intimidante. La obra de un pintor que es además escritor, capaz de crear un clima desconcertante y presentar la parte de un todo sin codificar, una narración con final abierto.
Solana pinta y escribe lo que ve, sin medias tintas. En palabras de Camilo José Cela –en su discurso de ingreso en la Real Academia Española– «los cuadros de Solana tienen, como sus páginas, aventura; las páginas de Solana tienen, como sus cuadros, color». Y como Regoyos y Verhaeren dos décadas antes, Solana también publica su propia versión de La España negra (1920), en la que ofrece la inmisericorde visión de un país bárbaro, sórdido y truculento.
Considerado como epítome de lo «español» a través de la herencia artística negra de Zurbarán, Goya o Zuloaga, las concomitancias estilísticas de Solana trascienden el ámbito local, pues hallamos vínculos igualmente cercanos con la obra de Géricault, Daumier o Manet, y con la tradición más norteña de Brueghel, Rembrandt o Ensor. En cualquier caso, su singularidad y españolidad se identifican hoy con un adjetivo propio, lo solanesco, de semejante importancia a los de otros grandes creadores patrios (velazqueño, goyesco, barojiano, machadiano, buñuelesco, berlanguiano…).
Artista honesto y estrafalario, Solana nunca defrauda. Su pintura, arrabalera y astringente, propone un costumbrismo que huye de lo «bonito» y del tipismo edulcorado. Ni complaciente, ni retórico, ni heroico; un verso libre de nuestro arte que no rima con nada, salvo quizá con su leyenda.
[Texto publicado en Descubrir el Arte, núm. 258, agosto de 2020.
Mi obra favorita. José Gutiérrez Solana, Coristas, 1927.
Colección Carmen Thyssen en préstamo gratuito al Museo Carmen Thyssen Málaga]
¡Es una obra fantástica!
¡Me encanta esta obra! Tiene una profundidad inmensa. Excelente post, un saludo.
¡Excelente artículo! Me ha encantado esta obra, no la conocía. Un saludo.