Mi obra favorita: El paisaje sonoro de la vida moderna

Cuando Enrique Martínez Cubells (Madrid, 1874-Málaga, 1947) pinta esta vista de la madrileña Puerta del Sol, en 1902, este espacio neurálgico del centro histórico de la villa estaba en plena transformación: había ampliado su tamaño y adquirido una configuración muy próxima a la actual, y los primeros tranvías eléctricos empezaban a desplazar a los tradicionales coches de caballos en el paisaje urbano.

Enrique Martínez Cubells. “La Puerta del Sol, Madrid”, 1902. Colección Carmen Thyssen-Bornemisza

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Wild Horse

«Wild horses couldn’t drag me away. Wild, wild horses we’ll ride them some day.»
Rolling Stones, «Wild Horses», Sticky Fingers, 1971

Hay una frase que repite con frecuencia el padre del pintor Henri de Toulouse-Lautrec, el conde Alphonse de Toulouse-Lautrec-Monfa, con la que subraya la tradición caballista de su familia: «Nosotros bautizamos inmediatamente y luego a la silla de montar». Así, cuando en 1864 nace el primogénito de los condes, el destino del niño parece determinado no sólo a perpetuar una estirpe de rancio abolengo sino a vivir rodeado de caballos. Desde su bautismo, se le imponen unos nombres apropiados para ello: Raymond, como su abuelo paterno, un nombre histórico asimilado al condado de Toulouse desde la dinastía carolingia; Marie, en honor a la Virgen, y Henri, como el entonces pretendiente al trono de Francia, Enrique Carlos de Borbón y Borbón-Dos Sicilias, porque sus padres son fervientes legitimistas y apoyan el restablecimiento de la monarquía en Francia. Para satisfacción de su familia, el pequeño Henri es un purasangre. Sigue leyendo

Un Oriente propio

En 1829, en el célebre prefacio a su poemario Les Orientales, escribía Víctor Hugo: «nos ocupamos hoy mucho más del Oriente de lo que lo hemos hecho jamás. […] En el siglo de Luis XIV [s. XVII] éramos helenistas, ahora somos orientalistas». Cuando aún faltaban tres años para el viaje de Eugène Delacroix (1798-1863) a Marruecos y Argelia, hito fundacional del tipo más difundido de la llamada pintura orientalista, el de inspiración norteafricana, estudiar o imaginar lo que desde Occidente se había definido como el Oriente (una imprecisa noción cultural que englobaba realidades muy diversas) era ya una moda entre literatos y artistas. El orientalismo, un concepto creado por una Europa que se veía a sí misma como el culmen del progreso, conformaba entonces una corriente, quizá marginal en el desarrollo cultural del siglo XIX, pero que sentó las bases del modo europeo de percibir lo oriental que, sacudido por los vaivenes históricos que separan el presente de los tiempos de Hugo, sigue filtrándose en nuestra forma actual de mirar el mundo. Aunque hayan cambiado los conocimientos y los prejuicios. Sigue leyendo

Fortuny orientalista: camuflaje y disfraz

«La naturaleza ama ocultarse»
Heráclito

Para rastrear los inicios de Mariano Fortuny, el artista español más interesante de su generación, como orientalista hay que trasladarse a Roma. La profesionalización artística en España durante el siglo XIX incluía un período de aprendizaje en la Ciudad Eterna mediante becas otorgadas por instituciones oficiales, con la idea de que los artistas jóvenes alcanzasen la maestría a través de los estudios de figura y la copia, en un ambiente apropiado para la inspiración y el conocimiento directo del arte clásico. En ese entorno academicista, Fortuny logró ser pensionado en Roma por la Diputación de Barcelona desde 1857, aceptando poco después el encargo de la decoración del salón de sesiones de la Diputación con escenas de la guerra hispano marroquí. Versado en el estudio del natural en la Academia Gigi de la Via Margutta, muy cerca del mítico Caffè Greco, centro de reunión y tertulia de los españoles expatriados, Fortuny depuró su excepcional habilidad como dibujante, con una seguridad y precisión de línea y modelado que serían la marca registrada de su obra posterior. Sigue leyendo

Ocho años de comunicación sobre el Museo. La newsletter

Desde el inicio de la actividad del Museo Carmen Thyssen, hemos tenido muy clara la idea de construir una institución abierta y transparente que se gane la confianza del ciudadano por sus buenas prácticas. Con este fin hemos difundido la gestión y programación de nuestros contenidos mediante diferentes plataformas y canales para el conocimiento del público en general. Sigue leyendo

Max Ernst, naturalmente

«La belleza será convulsa o no será» André Breton, Nadja, 1928

En la Sala Noble del museo se expone actualmente la serie Historia natural (Histoire naturelle), formada por treinta y cuatro dibujos de Max Ernst reproducidos en fototipia y publicada en forma de carpeta en 1926 por la galerista Jeanne Bucher. A la vista de esta obra maestra del surrealismo, de mano del que Giulio Carlo Argan consideraba «el más surrealista de los surrealistas», surge la tentación de hacer un buen retrato del natural del autor –uno de los artistas más inventivos y desconcertantes del siglo XX–. Pero es éste un reto mayúsculo, no sólo por tratar de evitar que resulte adocenado o trivial, ni por las limitaciones propias de este medio, que no permite ahondar en ciertos aspectos suculentos del personaje, sino, sobre todo, por la intensidad de la obra de Ernst, por lo abundante de su producción y por lo emocionante de su biografía, cuestiones que indefectiblemente determinan la lectura que pueda hacerse del artista y su universo creativo. Aun así, trataremos de que la efigie resulte, si no enjundiosa, al menos verosímil y pertinente.

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Más allá de la naturaleza

“Yo que soy un hombre de ‘constitución ordinaria’ he hecho todo lo posible para convertir mi alma en monstruosa. Como nadando a ciegas, me he hecho vidente. He visto. Y me he encontrado, para mi sorpresa, enamorado de lo que veía, deseoso de identificarme con ello.” Max Ernst, 1936

En nuestro deseo (y necesidad) de aprehender y comprender el mundo que nos rodea, de encontrar un sentido a todo, hemos compilado y transmitido a lo largo de los siglos nuestro saber y también nuestro desconocimiento sobre la naturaleza. Cada época histórica ha tratado de reflejar su inextricable complejidad para ilustración y asombro de contemporáneos y sucesores. Y si hoy los medios para contener nuestras verdades, teorías, sospechas y errores son tantos que las generaciones del futuro tendrán serias dificultades para recopilar las informaciones en ellos contenidas, nuestros antepasados concentraron el mundo por ellos conocido e ignorado en publicaciones que, bajo el amplio título de Historia natural, compendiaban en extensos volúmenes todo lo referente a las especies y su medio y modo de vida.

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